Estimados señores:
Quiero contarles mis experiencias sobre la difícil cuestión de la
genealogía de los conversos. En principio, parece que no debería ser
tan complicada, porque fueron entre cien mil y doscientos mil los
judíos que se convirtieron y se quedaron en España a lo largo del siglo
XV, quizá la mitad de la comunidad, pero su traza se fue perdiendo por
un proceso de pérdida de documentos y olvido deliberado u ocultamiento
de tradiciones que ocurrió especialmente a lo largo de los siglos de la
"limpieza de sangre".
En principio, por tanto, es una genealogía que topa con que se
conservan muy pocos documentos que la acrediten. Y sin embargo, se debe
intentar, como se intentan las genealogías en Irlanda, isla devastada
por la quema de archivos, que obliga a sustituir por ejemplo partidas
de defunción por un estudio sistemático de las lápidas sepulcrales.
Expondré el método que estoy siguiendo, y sus presupuestos
metodológicos. Hay unas pocas historias en las que está acreditada la
conversión, como en los Santa María descendientes de Don Pablo, no
todos por consiguiente (el apellido fue incluso empleado para niños
expósitos), o en los Coroneles (pero también sólo una parte) o en los
descendientes de Diego Arias Dávila´, o en los de la Cavallería, o en
la de Ruy Capón, como ancestro de los Pachecos nobles, en fecha tan
temprana como el siglo XIII.
Puede también incluirse en esta conversión generalmente reconocida
a los linajes chuetas de Mallorca, los únicos que han conservado cierta
tradición de comunidad.
Otras veces, llegaron a formarse artefactos genealógicos para
esconder esos orígenes, como en la familia del Marqués de Moya, o en la
de los Bernuy, pero unas veces la opinión común de entonces, otras
alguna nota aislada, referida por ejemplo a los sambenitos, los
desmontaron de hecho o prestan total credibilidad o una alta
verosimilitud al origen converso.
Alguna vez, puede hablarse de discrepancias generalizadas, pero con
mayor peso de los defensores de un origen judío, como es el caso con la
identidad de la Paloma, la tatarabuela del Rey Fernando el Católico.
Si se observa, este método consiste en tomar en cuenta la
credibilidad de las atribuciones, yendo de más a menos. Hasta ahora, he
señalado unas pocas historias, que llegan a lo personal, y que son
completamente creíbles o muy verosímiles, objetivamente fundadas en una
multitud de testimonios.
Pero son una exigua minoría. Contados así, puede parecer que son
muchos los linajes en este caso, pero son en la práctica los que acabo
de decir y pocos más, cuando estamos hablando de más de cien mil
conversos.
¿Qué se puede hacer en cuanto a los descendientes de los restantes?
El estudio de algunas líneas muestra presumibles artefactos
genealógicos alusivos a familias muy hidalgas, que repentinamente, en
una generación, pasan del campo a la Corte, con funciones antes
típicamente judías, como las de almojarife, contador, tesorero (o
incluso la de embajador, que requería un nivel de educación superior al
que sólía encontrarse en los cristianos viejos), y quizá enlazadas con
otras líneas dedicadas a lo mismo (que corresponderían a la conocida
endogamia conversa)
No se podría hablar en estos casos de certeza, pero sí de
posibilidad, o incluso de probabilidad, dejando los datos a la espera
de otros más seguros, y hablando, como suele hacerse, sólo de familias
probablemente conversas (como lo hace por ejemplo Rafael Sánchez Saus,
estudioso de la oligarquía sevillana de la Baja Edad Media)
En la actualidad, hay cada vez más investigadores, incluso en la
Universidad, que están buscando ahora precisamente lo que antes o mejor
dicho, hasta hace nada, se callaba, y encontrando alusiones a familias
"notadas de conversas". No quiero dejar de recordar a Enrique Soria
Mesa.
Si es tan difícil establecer, en un océano de olvido, la
ascendencia conversa en los linajes establecidos, resulta casi
imposible establecerla en quienes no pueden llegar con sus linajes
hasta el siglo XVII o el XVI. Como es bien conocido, la elección de los
apellidos en España fue a veces extraordinariamente aleatoria, y más,
cuando de lo que se trataba era justamente de ocultar una ascendencia
marginada.
Puede haber algunos indicios, sin embargo, incluso tradicionalmente
transmitidos en la familia (aunque, en España, esto es infrecuente; es
más común en América) Otros son más objetivos, como una tradición
artesanal que se pierda en el tiempo.
El contacto con las actuales comunidades sefardíes, facilitado por
internet, permite descubrir a muchas personas con apellidos comunes a
los españoles. En ocasiones, esto permitiría llegar a la prueba
suprema, la del ADN-Y, que hoy empieza a obviar la falta de otras
documentales.
Nos encontramos por tanto ante un terreno que empieza a explorarse y cuyo interés humano es muy grande.
Kim Pérez F.-Fígares
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